Mi lucha (I – «La muerte del padre» y II – «Un hombre enamorado») – Karl Ove Knausgård

Reconozco que tengo cierta debilidad por los libros que sirven al autor para despedazar su vida. No me gusta denominarlas autobiografías porque los textos a los que me refiero no son realmente crónicas vitales como tal. Estos vagan entre la realidad y la ficción situándose más allá de la verdad del autor para crear algo superior. Obras como “Die gerettete Zunge” (“La lengua salvada”) de Elias Canetti o “Down and out in Paris and London” de George Orwell son utilizados por los escritores para crear un mundo atemporal a partir de su propia vida pasada. Una vida que, en muchas ocasiones, es vagamente miserable (y sin embargo extrañamente apetecible – tiene cierto nivel de atractivo y encanto la habitación ruinosa que describe Orwell donde mora en París -). No sé si esta querencia mía por este tipo de relatos es parte de ese voyeurismo que reside en el interior de todos nosotros. No ya el del mirón al uso como el primariamente vergonzante que se desprende de la lectura de textos como “El infierno” de Henry Barbusse (una maravilla de relato por otra parte) sino más bien la sensación de cierta purga moral y espiritual al sentirse identificado con las desventuras del escritor que no deja de ser de carne y hueso y al dejarse llevar por la moral difusamente mostrada en el sentido último del texto.En el caso de Karl Ove Knausgård uno se llega a preguntar si esa empatía que cree estar sintiendo es loable cuando éste espeta sentimientos como que “se me saltan las lágrimas cuando veo una hermosa pintura, pero no cuando miro a mis hijos” o cuando describe pasajes íntimos de su vida privada, que quizás deberían quedarse en el ámbito de lo personal y por los que ha recibido críticas de sus allegados. Pero si uno profundiza más en su texto y se aleja de la literalidad de lo que cree estar leyendo, vaciando la mente de prejuicios, verá que las miserias que cuenta, los sentimientos que relata, las vivencias que describe, son comunes a todos nosotros y, simplemente, a veces no somos capaces de verbalizarlas de forma sincera. 

Mi lucha I – La muerte del padre y Mi lucha II – Un hombre enamorado son dos libros muy dispares en cuanto a redacción y contenido. Si bien la historia en el segundo tomo vuelve a pasajes de la primera, el impacto literario y la destreza de la prosa es infinitamente más interesante en el segundo volumen así como la valía del trasfondo filosófico (y artístico, y dialéctico, y moral, y literario, y…). La grandeza de Knausgård no reside tanto en lo que describe de su vida, pues no dejan de ser las vaguedades de un escritor excéntrico, sino en las enseñanzas que saca de ello y las digresiones con las que glosa sus pasajes vitales. Apoyándose en las conversaciones con su amigo Geir, Knausgård nos enseña a apreciar el arte, si bien un arte diferente y, desde otro punto de vista, a pensar críticamente, a enervarnos en la propia soledad y gozar en su inquieto silencio. Y todo ello mientras desprecia nuestra compañía como lectores. No necesita ser leído, no necesita nuestras loas, no necesita nuestro cariño. Necesita escribir, purgar su conciencia con la escritura, sentirse más febril a cada pulsación en el teclado del portátil y escapar con ello de la vida mundana que le rodea y que tan solo llega a tolerar sin disfrutarla. 

Knausgård puede convertirse por momentos un ser odioso, desquiciante e intolerante. Una persona asocial, egoísta y desconsiderada. Y lo sería mucho más de no escribir de esa forma magistral, directa y, plausiblemente, sincera que nos hace empatizar con él en muchos de los actos vitales que describe, incluso en los menos agradables. Tiene, cuando describe ciertos hechos, un talante parecido a C., el hombre ocioso de Atilgan, en su forma de odiar las atenciones en espacios públicos que usa como vía de escape (por ejemplo, los cafés a los que C. va para observar mientras que Knausgård los utiliza para leer) o en cómo detestan la prensa escrita que consideran ambos basura para el cerebro. Para los dos vivir en la ciudad es, en palabras de Knausgård, “poder estar completamente solo en ella, a la vez de estar rodeado de gente por todas partes.”

Aunque, insisto, los relatos de la serie Mi lucha sean autobiográficos, no pueden leerse desde la doctrina de la biografía porque no es posible tal nivel de detalle de hechos ocurridos más de treinta años atrás, ya que todo recuerdo ha de ser sopesado como vivencias de antaño que llegan al presente cargadas con la mochila del tiempo transcurrido y desvirtuadas por la moral actual de que las recuerda . En cómo se interpreta eso reside la pericia de Knausgård, pues aunque es capaz de afirmar que no retiene la memoria hechos pasados, describe con toda precisión la hamburguesa que preparaba el día que murió su padre. Debemos, por tanto, disfrutar y odiar lo que se desprende de la lectura más que lo que se describe en sí. Entonces estaremos gozando de un texto adictivo.